Como invitado en el blog de Andy Ramos, he decidido utilizar el gentilicio con que se identifica a las habitantes de Montevideo, Uruguay, y que fue utilizado por Mario Benedetti – fantástico escritor oriundo de estas tierras – para bautizar a uno de los libros de cuentos más interesantes del cono sur de América. La elección no es casual, ya que escribo estas líneas desde el aeropuerto de Carrasco, en Montevideo, a la espera de abordar el avión que me llevará de regreso a Madrid.
A menos de dos horas de donde estoy, en Punta del Este, se realizó el primer congreso de ALAI en América Latina, asociación creada por Víctor Hugo y que fue la madre del Convenio de Berna, el más importante tratado multilateral de derecho de autor vigente en la actualidad. El congreso se inició con una evocación a la Cumparsita, una de las obras más trascendentes del tango y creada por Gerardo Matos, un uruguayo, e injustamente atribuida a Buenos Aires. Punta del Este ha sido además el escenario en que se decidió que la lengua española pase a ser la tercera lengua de trabajo de ALAI, junto con el inglés y el francés, otro indicio más de la expansión de nuesta lengua materna.
En cuanto al contenido de las ponencias del congreso, el resultado fue tan variopinto como interesante. Desde presidentes de entidades de gestión que defienden posturas – algunas discutibles – en este foro con la misma pasión que en los periódicos o programas de televisión, hasta académicos con propuesta arriesgadas y otras que no tanto, pasando por políticos, abogados y autores, visiones europeas, asiáticas, americanas sobre puntos relevantes para el derecho de autor o que son considerados relevantes por sus defensores y estudiosos.
Si hubiese que hablar de temas considerados trascendentes por este congreso, me quedaría con tres: tratados de libre comercio, interoperabilidad y derecho de puesta a disposición interactiva. A este último no voy a hacer ninguna referencia en extenso, porque sería larguísimo y quizás aburrido, pero dejemos claro que se trata de una modalidad de un derecho de explotación (comunicación pública en Europa y América Latina, distribución en Estados Unidos), muy utilizada en la explotación de contenidos digitales. Muy vinculado a esto, está el tema de la interoperabilidad, que viene a ser algo tan sencillo como – por ejemplo – que la música que compras en Itunes puedas oírla en un reproductor Creative, sobre la cual hubo una serie de reflexiones y conjeturas, algunas brillantes y otras no tanto, aunque a mi juicio la respuesta a este asunto deberá venir más por parte de la industria que del derecho, postura tímidamente defendida en el congreso. El último tema recurrente fue el de las disposiciones de los tratados de libre comercio que Estados Unidos está firmando con sus vecinos del sur, y que están provocando modificaciones en sus legislaciones que los alejan algo más del modelo continental y los van acercando al sistema de copyright.
En cuanto a figuras presentes y con aportaciones valiosas, hay muchos nombres, pero destaco a Jane Gisburg, Delia Lipszyc, la delegación de ALAI japonesa y Juan José Marín, el flamante presidente español. Hay más nombres, pero me llaman a embarcar así que deberán quedar pendientes para otra entrega.
Franz Ruz
Franz:
Gracias por recordar que el autor del tango más famoso del mundo, es uruguayo…
Buen viaje!
http://loqueparececaducoperoeseterno.blogspot.com/
Ya se sabe que cuando el sabio señala a la luna, el necio mira hacia el dedo. Centrar mi comentario al post en lo que lo voy a centrar no será más que dar cuenta del proverbio, si bien con una excusa que blandiré a continuación. Quisiera comentar vuestras (Franz y Valeria) palabras sobre la Cumparsita, y lo quiero hacer (aquà la excusa) porque me parece un caso genial desde la perspectiva de nuestra querida disciplina del derecho de autor, aunque algo tendrá que ver mi afición por el género desde tierras neutrales a la batalla por la oriundez de la partitura.
Es cierto que el uruguayo Gerardo Matos compuso una obra llamada La Cumparsita, que no era un tango, sino una Marchita compuesta cuando era un estudiante menor de edad para una comparsa de carnaval. Pues bien, algún tiempo después pidió al pianista Roberto Firpo que interpretase la composición. Éste consideró que la partitura era demasiado simplona y algo ñoña, por lo que decidió tomar algunos de sus giros e integrarlos con otras dos obras: el tango «La gaucha Manuela» (del propio Firpo) y la ópera de Verdi «Miserere». Cuando terminó esta peculiar versión-revuelto, propuso al compositor de la marchita original firmar el tango como obra en colaboración, pero Matos no aceptó. Notaréis que hasta aquà poco se aporta al debate de nacionalidad, ya que tanto Gerardo Matos como Roberto Firpo eran uruguayos, si bien el segundo emigró a Buenos Aires.
La obra, tanto en su versión original como en la modificada (con aportaciones de Matos, de Firpo y, sin saberlo, de Verdi) pasó sin grandes glorias. Al cabo de unos años, Gerardo Matos consiguió recuperar los derechos sobre la composición ya que, aunque los habÃa cedido a una editorial, revocó la cesión puesto que al tiempo de la transmisión todavÃa era menor de edad (la auténtica, original y tantas veces mal traÃda figura de la rescisión contractual).
Convendréis conmigo (¿Andy?) en que hasta aquà ya tendrÃamos tres o cuatro pleitos de lo más apasionantes. Pero atención, porque unos años más tarde Pascual Contursi y Enrique Pedro Maroni, sin el consentimiento de Matos, le pusieron letra y le cambiaron el tÃtulo por «Si supieras» (la letra que todos conocemos de La Cumparsita), y la primera interpretación fijada fue de Gardel en Buenos Aires (de aquà el halo argentino, pues fue en este paÃs donde finalmente, y de la mano del más grande de los maestros del tango, explotó). A raÃz de esta enésima modificación sin su consentimiento, Matos llevó a juicio a Contursi y a Maroni, recayendo sentencia en 1948 (que daba la razón al primero). Asà pues, compuso su propia letra para la obra y obligó a la editorial a su publicación. Sin embargo, al tiempo que ésta era la situación sobre el papel, la versión «Si Supieras» (de la que en este punto habrÃa que considerar autores, más o menos legÃtimos, a Matos, a Firpo, a Verdi, a Contursi y a Maroni), interpretada por el maestro Gardel, se convertÃa en un éxito sin precedentes.
Hoy en dÃa, lo habitual es encontrar, casi siempre bajo el tÃtulo de La Cumparsita, la letra de «Si Supieras» (vg. Julio Iglesias) o tan solo la versión instrumental (la más popular gracias a su sincronización en varias pelÃculas y a lo lucida que resulta para el baile -que solo recurre a los tangos instrumentales).
Y es que definitivamente, cuando queramos recurrir a ejemplos clásicos del Derecho de Autor, tenemos más alternativas que el Estatuto de la Reina Ana, que ya está algo manido…
Saludos.
( Si supieras
que aún dentro de mi alma
conservo aquel cariño
que tuve para ti…
quién sabe si supieras
que nunca te he olvidado
volviendo a tu pasado
te acordarás de mi.
Los amigos ya no vienen
ni siquiera a visitarme,
nadie quiere consolarme
en mi aflicción…
Desde el dÃa que te fuiste
siento angustias en mi pecho,
¡DECÃ, PERCANTA, ¿QUÉ HAS HECHO
DE MI POBRE CORAZÓN?! )