Hace unos años (y después de la decisión del caso Napster) pronostiqué que las redes P2P serían en el futuro (cercano, dije) una increíble herramienta para la distribución legal de música a través de Internet. Tras la sentencia del caso Napster, en la que un tribunal de Estados Unidos declaró que la empresa era responsable de las descargas que hacían sus usuarios en su red, principalmente porque mantenía un servidor central que indexaba toda la información que circulaba por dicha red.
Tras esta decisión pensé que las discográficas sacarían iniciativas legales a esta nueva forma de distribución que se había probado fraudulenta, y es obvio que me equivoqué. Los que sí se pusieron las pilas fueron otras empresas y usuarios que comenzaron a crear clones de Napster (llámense eDonkey, BitTorrent, Grokster, etc.) en los que no se cumplían las condiciones por las que Napster fue considerado culpable de infringir los derechos de autor.
¿Cuál es mi pronóstico ahora?
Creo que la situación está ahora un poco más cercana a la que pronostiqué hace unos años. Han habido recientes movimientos por parte de la industria del entretenimiento para conceder licencias a redes de intercambio de datos como es el caso de Sony BMG, que ha licenciado parte de su catálogo para que sea explotado por Playlouder, una empresa que incluye el intercambio de archivos dentro de su cuota de conexión a Internet. í‰sta es una solución que se adecua más a los tiempos actuales, en los que el consumidor final prefiere la elección, poder decidir por qué va a pagar y cómo va a adquirir los productos audiovisuales.
Pero éste no es un problema simplemente de oferta/demanda, aquí también influyen las culturas.
Cuando viví en EE.UU. una de las cosas que más me impresionó fue la honestidad de los americanos; aunque alli tienen unas conexiones a Internet increíblemente rápidas, todos decían que descargarse música por Internet sin pagar dinero a los titulares de los derechos de autor estaba mal. «¿Por qué?»- les preguntaba yo- y casi todos me respondían igual: primero porque si yo trabajase en eso, no me gustaría que me lo hiciesen a mí (como la típica frase infantil, «no le hagas a los demás…», pero la aplican igualmente aquí); segundo porque creo que no es bueno para la creatividad (y hablaban de descargase archivos, no remezclar obras protegidas), tercero porque no es bueno para la economía (si me descargo música sin pagar puede que despidan a personas que sean clientes potenciales, que es sin lugar a dudas la máxima de la economía americana «generar mucho empleo»); y sólo algunos se reprimían por miedo a demandas.
En Europa la mentalidad es muy diferente, la sociedad en general vemos bien descargarse música a través de redes de intercambio de archivos porque «aunque perjudica a las discográficas, beneficia a los artistas», «no es malo robar a un ladrón», «no voy a pagar 18€ por un disco del que son buenas sólo 3 canciones», «la cultura es un derecho» y otras frases que leemos en las blogs más influyentes de sobre propiedad intelectual en España.
Quizás porque he vivido ambas culturas yo creo que debo estar en algún sitio en mitad del Océano Atlántico, no creo ni debamos pagar por todo, ni que no debamos pagar por nada.
Estoy seguro que soluciones como la de redes de intercambio legales por las que se paga una tarifa plana para la descarga de música y películas a la larga puede satisfacer tanto a los productores de contenidos audiovisuales (porque los usuarios disfrutarían de sus productos pagando, aunque sea una cantidad pequeña) como a los consumidores, que tendrían acceso ilimitado a la cultura por un precio medio muy inferior al que se puede gastar en la actualidad.
Sé que soy minoría en España, que la mayoría de los cuidadanos creen en la gratuidad de la música y las películas, pero también creo que la industria es demasiado poderosa como para que desaparezca tan fácilmente. Creo que finalmente se adaptará.